Esta frase célebre del bueno de Sócrates tiene tan sólo 2.500 años y os aseguro que, al menos por lo que a mi se refiere, está de máxima actualidad.
No soy capaz de entender por qué a los profesionales del asesoramiento financiero nos cuesta tanto decirles a nuestros clientes que no tenemos la más mínima idea de lo que van a hacer los Mercados de hoy en adelante. ¿Tan difícil es entender que, si los mercados fueran predecibles, quien os escribe no se levantaría cada día a las 06:00, trabajaría entre 10 y 12 horas diarias y, a la vez, se preocupa y ocupa por la evolución de las carteras de inversión de sus clientes?
He de reconocer que soy más de finanzas conductuales que no de otra escuela. Y es que, de corazón os lo digo, todos los días de mi vida me encuentro con clientes que saben más que yo, que el Mercado, que son capaces de adivinar tendencias, que se mueren de miedo, que analizan tanto que nunca toman acción, que, una vez los acontecimientos ocurren, te quieren hacer creer que ellos ya te lo advirtieron antes.
La realidad es que venimos de un 2018 donde absolutamente todo tipo de activos y mercado han caído:
Si te fijas, incluso en el año 2008 con la caída de Lehman Brothers, hubieron mercados que tuvieron rentabilidad positiva (Deuda de Gobiernos estadounidense, oro, Alemania), pero no así el 2018 que acabamos de cerrar. Hablando con un buen amigo y compañero de profesión, con muchos años más que yo de experiencia, me comentaba que el 2018 ha ido generando rentabilidades negativas como si fueran pequeñas mordidas en las que el asesor, en el fulgor de su batalla y quehaceres diarios, no ha ido apreciando hasta que se ha encontrado con los números rojos en las carteras de sus clientes.
Y yo les pregunto a mis clientes, y también a ti, querido lector: ¿Qué deberíamos haber hecho los profesionales del asesoramiento? ¿Venderlo todo, quizás? ¿Esperar a que el Mercado caiga hasta sus mínimos para volver a entrar y llevarnos toda la rentabilidad que está por llegar? Entre tú y yo … ¿Cómo se hace? Por lo que a mí respecta, no tengo la más mínima idea. Si sabes de alguien que sepa decirme el momento óptimo de invertir y también el de desinvertir, generando rentabilidad positiva, por favor, presentamelo de inmediato.
Acostumbro a decir, cuando conozco por primera vez a una familia o una persona, potencial cliente, que mi trabajo es ser planificador financiero. En ningún caso soy gestor, broker, especulador ni, por supuesto, adivino. A diario mi trabajo consiste en recordar, una y otra vez, a las personas, cuáles son sus objetivos personales, qué horizonte temporal se dieron para realizarlo y, en consecuencia, qué herramientas de inversión pusimos en marcha. No es casualidad, que el gran Benjamin Graham, autor de la Biblia del inversor “El Inversor Inteligente“, publicara entre sus páginas el siguiente contrato:
Y, es que, en mi humilde opinión, creo que el encargo que deberían hacerme es el de gestionar emociones y objetivos. No me considero un gestor de dinero, tampoco de patrimonio. En mi opinión, todo el dinero que que se atesora debe tener un “para qué o para quién” y es solamente así cuando los profesionales debiéramos ponernos a trabajar.
En alguna ocasión, personas que me quieren bien, con todo su buena intención, me aconsejaban poner blanco sobre negro en mis posts la buena rentabilidad obtenida en la cartera de mis clientes. No lo he hecho nunca y no lo haré. Lo que sí te diré ahora mismo son los objetivos que han conseguido muchos de mis clientes: salir de deudas, poner en orden sus finanzas, amortizar una hipoteca antes de su fecha de vencimiento, acumular lo suficiente para garantizar los estudios de los hijos, asegurar su nivel de vida para una jubilación soñada, emprender, viajar, ayudar a un familiar económicamente cuando más se necesita, planificar financiera y fiscalmente la transmisión de un patrimonio.
El mérito de esas metas obtenidas no es mío. Es de todos y cada uno de mis clientes, de su constancia y, en todo caso, de mi persistencia en ser racionalidad frente a la emotividad en momentos complejos. El esfuerzo de ellos, mi personalidad testaruda y mis estrategias financieras aburridas, son un cocktail imbatible.
¿Me acompañas este 2019? Será un año repleto de retos y yo quiero estar a tu lado, es mi objetivo vital.