Releyendo al gran profesor del IESE, Pablo Fernández, en lo que para mí es una obra maestra: “Valoración de empresas: Cómo medir y gestionar la creación de valor”, uno de los primeros conceptos que llamó mucho mi atención, aunque parezca obvio, fue la siguiente frase con la que empieza su capítulo primero:
… La valoración de una empresa es un ejercicio de sentido común que requiere unos pocos conocimientos técnicos …
Como bien explica en sus conferencias mi buen amigo Víctor Küppers, no hay nada peor que un “tonto motivado”, con lo cual ese conocimiento técnico al que hace referencia el profesor Fernández es inevitable y exigible pero, al menos a mi juicio, la dosis de sentido común debe antojarse más que generosa.
No hace mucho tiempo, unas semanas tan sólo, me llegó el encargo para asesorar a una señora, que dijo llamarse empresaria. Me indicó que su función más importante era tomar decisiones para su negocio. Os aseguro que sería incapaz de responder a las cuestiones que plantea el profesor Pablo Fernández en su libro:
- ¿Qué se está haciendo?
- Si se está realizando una valoración, ¿por qué se realiza de determinada manera?
- ¿Para qué se está haciendo la valoración?
- ¿Para quién se está haciendo?
De hecho, más que incapaz, con seguridad, las respuestas que daría a cada una de las preguntas anteriormente planteadas, serían más o menos así:
- Pretenden hundirme en la miseria, aunque con ello lleven el negocio a la quiebra.
- No es necesario realizar ninguna valoración. Mi olfato empresarial me dice que mi parte del negocio es de dos millones de euros.
- No hay valoración, quiero que me den esa cantidad para seguir manteniendo un nivel de vida que no me he ganado e impresionar a personas a las que les importo un rábano.
- Para mí. Primero yo, después yo y siempre yo. Lo único que me preocupa es recibir el dinero que pido, independientemente de ninguna otra consideración.
Esta señora, que dice tomar decisiones, no sabe interpretar un balance y una cuenta de resultados, no es consciente de cual es el free cash flow de su negocio y, lo que yo he llamado antes olfato empresarial, el profesor Pablo Fernández lo denomina “valor por propietario”. Pues eso, me comentaba que ella quería dos millones de euros y no había nada más que hablar.
Por supuesto no acepté el encargo. Mi negativa no fue porque supiera más o menos de valoración de empresas (para eso pretendía contratarme), sino por su actitud y su falta de compromiso. Recuerdo que le expresé de manera clara que, independientemente de la cantidad de dinero que consiguiera por la venta de su negocio, con esa actitud, su vida financiera acabaría mal, muy mal.
¿Qué sentido tiene para ti tú negocio? (No vale responder generar beneficios y que lleguen a mi bolsillo cuanto antes)
¿Qué valor aporta tu empresa a las personas?
En próximos artículos avanzaré con vosotros sobre cuestiones más técnicas. Me ha parecido muy necesario empezar con las reflexiones del qué, por qué, para qué y para quién. Que el profesor Fernández así lo exprese en las primeras líneas de su primer capítulo, es síntoma de la importancia y relevancia que tiene plantearnos estas reflexiones.
Hay quien contrata asesores, de la especialidad que sea, para pagar menos impuestos, para conseguir financiación, para crecer o para entender la evolución de un negocio. Los asesores financieros tenemos derecho a escoger a nuestros clientes. Seguro sabemos desempeñar esas tareas. Sin embargo, en mi caso, un parámetro importante es el compromiso y los valores de mis clientes. Si te encuentras entre ellos, estaré encantado de charlar contigo sobre aquello que te inquieta. Llegaremos donde nos lo propongamos.